Tenemos un reloj biológico que regula nuestro ciclo de 24 horas de sueño y vigilia pero sólo rige nuestros ritmos circadianos y no juega ningún papel en la estimación de los segundos, minutos o años que pasan. Se puede concluir que nuestra percepción del tiempo es descentralizada ya que la ciencia no ha podido encontrar ningún área específica del cerebro dedicada a dicha percepción. Por el contrario, está demostrado que son diferentes circuitos neuronales (al menos cuatro partes diferentes del cerebro) los que operan los mecanismos de la percepción del tiempo y, además, dichos mecanismos están vinculados a la actividad que se realiza.
Concretamente, evaluamos el tiempo de dos maneras diferentes:
De forma prospectiva: En el presente nos preguntamos cómo está pasando de rápido o lento en tiempo en esos momentos. Cuando estamos concentrados en una actividad, no prestamos atención al reloj y sentimos que el tiempo pasa volando. Por el contrario, si focalizamos nuestra atención en “dejar que el tiempo pase” como, por ejemplo, cuando estamos esperando turno en la cola del supermercado, sentiremos que el tiempo transcurre mucho más lentamente.
De forma retrospectiva: Cómo de rápido pasó en tiempo en el día de ayer, la semana pasada o en las últimas vacaciones. En este caso, usamos el número de recuerdos para medir cuánto tiempo ha pasado, primando la cantidad e intensidad de los mismos.
Por tanto, se puede concluir que no se trata de estirar el tiempo de forma tanto prospectiva como retrospectiva, ya que ralentizar la percepción del tiempo de forma prospectiva implicaría que los segundos se conviertan en minutos y los minutos en horas y eso, con frecuencia, ocurre en situaciones que son poco o nada agradables como esperar a un amigo que se retrasa, estar en medio de un atasco o experimentar un dolor agudo.
Por el contrario, si pasamos un día haciendo cosas nuevas y gratificantes como, por ejemplo, hacer turismo en una cuidad antes desconocida, el tiempo parecerá ir más rápido de forma prospectiva. Lo curioso es que, en retrospectiva, cuando llegue el final del día y nos metamos en la cama agotados por la intensidad de las nuevas experiencias nos parecerá que ese día se ha estirado mágicamente ya que tendremos infinidad de imágenes y emociones grabadas en nuestra memoria.
A continuación voy a exponer las claves para que el tiempo no pase tan deprisa y que iré desarrollando en las siguientes entradas:
- Cambia tus rutinas: Transforma actividades cotidianas en desafíos para el cerebro.
- Practica la atención plena: Centra tu atención en el momento presente y abraza la vida en toda su riqueza.
- Mantente socialmente activ@: Disfruta de la compañía de tus seres queridos y comparte tiempo de calidad con ellos.
- Deja fluir tus emociones: Cuanto más intensa sea una emoción, más profundamente se grabará ese momento en la memoria.
- Aprende cosas nuevas: Nuestro cerebro es extraordinariamente plástico, pudiendo adaptar su actividad y cambiar su estructura de forma significativa a lo largo de la vida. La experiencia modifica el cerebro continuamente y el aprendizaje estimula y mantiene joven nuestra capacidad intelectual enriqueciendo la vida con experiencias gratificantes.
- Desarrolla tu creatividad: Todo el mundo es creativo e invertir tiempo en crear cosas nuevas te transportará a estados de flujo muy satisfactorios que pueden llegar a interpretarse como felices.
- Llena tu vida de nuevas experiencias: Cuando vivimos una situación nueva en un contexto por lo demás conocido, el acontecimiento se percibe como que transcurre más lentamente y se arraiga mejor en la memoria.
- Desafía tus límites: Atrévete a salir de tu zona de confort (aquella en la que te encuentras seguro aunque no te agrade) y tendrás una vida más rica en emociones, conocimientos y perspectivas. Esto te permitirá crecer y evolucionar hacia una versión mejorada de ti mismo.